Todo este movimiento nació frente a la inacción: a cuanto amigo que viajaba a la Ciudad Blanca le encargaba que le lleven al país del tío Sam casetes o discos de yaraví, y la mayoría de veces volvían con las manos vacías. Al señor Carpio le apenaba pensar que el género que había escuchado de niño y adolescente había desaparecido.
Los antiguos arequipeños todavía recuerdan que el mediodía se marcaba cuando aparecían los cantores de yaraví por las inmediaciones del mercado San Camilo. Al ver que nadie hacía nada, decidió venirse y él mismo promover un concurso. Un día se plantó con determinación en la puerta de la municipalidad de Arequipa y no paró hasta conversar con el alcalde de entonces, Juan Manuel Guillén. Creó la asociación cultural Escuela de Yaraví porque creía que las fuerzas la fallarían, pero hasta hoy, a sus 80 años, sigue trabajando en la organización del concurso.
“Los sueldos de jubilados en Estados Unidos son bajos, me ‘cachueleo’ haciendo fotos a veces, con eso pago mis pasajes y el primer premio del concurso”, comenta. Por su iniciativa también se ha rescatado el poema “loncco”, género campesino que utiliza exclusivamente los regionalismos characatos.
Si bien el teatro Municipal ya se llena en cada final del concurso –120 jóvenes compositores se presentaron el año pasado al premio, renovando el yaraví; se registran discos de cada edición y sus paisanos le agradecen por la iniciativa, que está logrando recuperar parte del espíritu cultural y bohemio para las fiestas arequipeñas de cada agosto–, don Mariano dice que falta más; que si se sumaran a la causa solo las mineras que trabajan en la región, otro sería el cantar del yaraví.
Pero Mariano Carpio es un Quijote, y tras un concurso local y cuatro regionales, hoy lanza con la municipalidad de Arequipa la primera versión nacional del evento, además de una versión escolar para la Ciudad Blanca. “Es que los niños son el futuro”, dice este fotógrafo con alma de poeta.
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